24 jun 2011

¡El blog cumple un año!

Pues eso. Y para celebrarlo, que mejor que...¡una auditoría pública! Yo soy así de emotivo.

Y es que me sorprendo mucho de haber llegado hasta aquí, ya que mi anterior experiencia bloguera resultó ser bastante irregular en cuanto a ritmo de publicación. Es verdad que desde que comenzó 2011 he venido publicando menos entradas al mes, pero es una decisión consciente, al principio me propuse publicar una vez a la semana, y cuando vi que aquél ritmo era demasiado lo bajé un poco. Prefiero hacerlo bien y por gusto que andar agobiado. Que uno tiene una vida.

El caso es que estoy muy satisfecho, aunque hay cosas que tengo que mejorar. Me hice este blog por varios motivos:

1. Porque leía otros blogs. Y es inevitable, al final terminas queriendo uno.

2. Para hacer un poquito de difusión histórica como buenamente pudiera, que nunca viene mal. Además, descubrí que la medieval es con diferencia la rama que menos presencia tiene en la blogocosa, y eso está mal. Siempre ha sido terreno abonado para que cualquiera diga tontadas y falsedades varias, y por alguna razón las inexactitudes vertidas sobre ella suelen ser creídas por muchos sin cuestionar nada, algo que no pasa con otros campos del saber.

3. Por mí. Porque terminar una carrera como Historia no te convierte en nada, y mucho menos en un historiador. Como todas las demás ciencias, la Historia es puñetera, pero también estimulante: si no procura uno mantenerse al día y enriquecer lo poco que sabe con nuevas ideas termina anquilosándose y al final no sirve para nada. Esto, Henri Pirenne (por boca de Marc Bloch) lo explica mucho mejor que yo:

Acompañaba a Henri Pirenne en Estocolmo. Apenas habíamos llegado, me dijo: "¿Qué vamos a ver primero? Parece que hay un ayuntamiento nuevecito. Empecemos por él". Después, como si quisiera evitar mi asombro, añadió: "Si fuera anticuario, no tendría ojos más que para las cosas antiguas. Pero soy historiador. Por eso amo la vida".

Marc Bloch himself también tenía algo que decir sobre esto:

"Un buen historiador se parece al ogro de la leyenda: allí donde huele carne humana, sabe que está su presa”.

Así que el blog me debía servir de estímulo para leer más, mantenerme al día y tal. Bien, la verdad es que fundamentalmente me ha servido para crearme mala conciencia acerca de los libros que tengo amontonados y debería leerme, pero todo se andará.

And, last but not least: agradecer a la gente que me ha acompañado hasta aquí. No cito a nadie porque al final seguro que me olvidaba de alguien y terminaría cometiendo un imperdonable agravio. Pero en fin, todos los lectores que han contribuido a mantener este tinglado en pie. Sois la compañía que el rey Arturo hubiera querido tener en su mesa.

¡Ellos están celebrándolo!

1 jun 2011

Armamento defensivo en la Edad Media

Al igual que casi prácticamente todo, el equipamiento militar en los primeros tiempos de la mal llamada Edad Media no tiene nada que ver con el de finales de la misma. De hecho, uno de los aspectos en los que más avances técnicos se dieron durante ese tiempo fue, cómo no, en el noble arte de matarse unos a otros. Cosas del ser humano. La fantasía y la ficción histórica, han dejado por contra una imagen de una "Edad Media standard" que afecta también a la imagen del guerrero, en el imaginario popular, a lo largo de mil años conviven las armaduras completas estilo Excalibur con las cotas de mallas y los bárbaros semidesnudos al más puro estilo Conan. Sin embargo, a lo largo del tiempo hubo una evolución. También es verdad que es complicado definir el armamento defensivo-tipo para cada fecha, ya que resultaba costoso de adquirir y mantener, y normalmente los guerreros lo heredaban, lo compraban o lo rapiñaban y lo iban "parcheando" con el tiempo como buenamente podían, así que en un momento dado, la variedad debía ser la nota dominante en el campo de batalla.

El armamento defensivo durante la Alta Edad Media (siglos VI al X)

Desde el siglo VI el Estado había dejado de proporcionar el equipo militar a sus soldados, así que las armaduras podían conseguirse por compra, donación, herencia o pillaje, y hasta el siglo X era raro el que podía costearse un equipamiento defensivo en condiciones, es normal pues, que aquellos guerreros que podían permitirse (y mantener) uno, le dedicaran grandes atenciones.

La armadura más frecuente era la brunia, byrnie en anglosajón, o loriga en latín: una especie de túnica corta hecha de malla (anillos de metal entrelazados).
Nunca en la Edad Media la armadura se llevó directamente sobre la piel (no habría pomada de aloe vera que areglara el estropicio cutáneo subsiguiente) sabemos que una vestidura interior, llamada hacketon o gambeson protegía la piel y amortiguaba los golpes, pero no se conoce exactamente en qué consistía, por su propia naturaleza, es muy raro que quede evidencia arqueológica de estos vestidos, y al ser una prenda interior no ha quedado representada en la pintura o la escultura.

Spangenhelm Ostrogodo del siglo VI.

El yelmo es el complemento ideal para la defensa de la cabeza, sin embargo, muy pocos podían permitirse uno, la mayoría de guerreros debían conformarse con una gorra de cuero. Había una gran variedad de yelmos, aunque la mayoría tomó como modelo el spangenhelm tardorromano, de forma cónica.

Todos los guerreros portaban escudo, generalmente redondo u oval, con una abrazadera para sujetarlo, que los protegía desde el cuello a los muslos.

Plena Edad Media: la cosa se va sofisticando

Ya a finales del siglo XI se hacieron frecuentes las armaduras que vemos en el Tapiz de Bayeux: el hauberk, una túnica larga (frente al byrnie, más corto) de malla con una abertura entre las piernas que permitiera montar a caballo. Además aparece la famosa "cofia de malla" que protegía el cuello y la parte posterior de la cabeza. La cofia solía disponer de una solapa que se ataba con una correa por la parte inferior del rostro.

Al principio, el hauberk normando (imagen izquierda) apenas cubría los brazos, pero a finales del siglo XII las mangas se alargaron hasta cubrir el antebrazo, incorporaron manoplas de malla y se empezaron a utilizar perneras de malla que mejoraran la protección en las extremidades inferiores. El equipo se completaba con la sobreveste, una túnica de tejido ligero que se ponía sobre la cota de malla, generalmente adornada con emblemas heráldicos.

El escudo en esta época es de forma triangular y se llevaba colgado al cuello con una correa.

Mientras tanto los yelmos habían seguido evolucionando desde el primitivo spangenhelm: en el siglo XII aparecía un tipo de casco redondo con una máscara que protegía la cara, y en el siglo XIII hizo su aparición el "gran yelmo" por excelencia, cilíndrico y plano por encima con apenas una abertura para los ojos.

Con el tiempo, a la cota de malla se fueron añadiendo placas de cuero o de metal liso, bien por debajo, cosidas al vestido, o, desde 1250 por encima.

Escena de batalla en el siglo XIII: se aprecian las cotas de malla que recubren el cuerpo y la sobreveste. La mayoría portan un gran yelmo.

La Baja Edad Media: la Armadura Blanca.

Poco a poco, la evolución tendía a ir sustituyendo malla por placas lisas, con piezas articuladas para los brazos, muslos y espinillas sobre una malla ligera. Así hasta la llamada "armadura blanca" que aparece ya en el siglo XV: sin malla, con piezas articuladas y completamente lisa. Este proceso se dio en toda Europa, pero fue más rápido en España e Italia. A la izquierda, una armadura de este tipo datada en 1505.

Las técnicas para el forjado de estas armaduras eran extremadamente complicadas, empleando aceros con alto contenido en carbón y con técnicas especiales para endurecer las superficies exteriores, que podían ir acanaladas para desviar los golpes.

El grado de protección que ofrecían era muy elevado (las mejores estaban hechas a prueba de ballestas) dejando de emplearse los escudos. El gran yelmo desapareció dejando paso a bacinetes, almetes y celadas que ya no descansan directamente sobre la cabeza, sino sobre una pieza específica llamada gorguera.

A veces se ha exagerado la limitación de movimientos que una armadura imprime: una del siglo XV pesaba entre 23 y 27 Kgs, aproximadamente lo mismo que el equipo de la infantería de los siglos XIX y XX y tenía las cargas mejor distribuidas que la antigua cota de malla. Si bien es verdad que ser derribado a tierra suponía el fin del combate en la mayoría de los casos.

Los infantes no podían permitirse un equipo tan completo como éste. Aunque aquellos mejor equipados sí disfrutaban de una buena protección: en la batalla de Hastings (1066) sabemos que había hombres a pie protegidos con cota de malla, normalmente thengs, guerreros-propietarios al servicio de una casa nobiliaria.

¿Eran efectivas las armaduras? Según el historiador del siglo XII Orderic Vital, en la batalla de Brémule (1119) de 900 caballeros participantes sólo murieron 3 gracias a la cota de malla, y fuentes musulmanas hablan de caballeros cristianos combatiendo en Tierra Santa con hasta 10 flechas clavadas en la armadura. También es verdad que el estilo de guerra aristocrática hacía más rentable apresar al enemigo para pedir luego un rescate por él, que simplemente acabar con su vida.

Fuentes:
Hooper, Nicholas; Mathew Bennett, Atlas Akal La Guerra en la Edad Media 768 - 1492, 2001, Akal.
Porter, Pamela, La guerra medieval en los manuscritos, 2006, AyN.
Wikipedia.
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