11 feb 2013

Tres papas que también renunciaron

Esta mañana el papa Benedicto XVI anunciaba su renuncia. ¡Y en latín! Y muchos (muchos en verdad, esta mañana tuiter parecía un seminario) nos hemos interesado por los precedentes históricos.

Parece que nos podemos centrar en tres ya que los ejemplos anteriores a Benedicto IX están brumosos, o fueron «renunciados» de dudosa manera. 

Benedicto IX.
Fuente: University of Leuven
Benedicto IX (1032—1044/1045/1047—1048): el primer hombre de nuestra lista decidió inaugurarla a lo grande, subiendo y bajando de la silla de San Pedro en hasta tres ocasiones.

Su historia es interesante porque es reveladora de la situación de la Iglesia en aquel momento: Benedicto IX fue el último de una lista de tres papas procedentes de la familia de los condes de Tusculum. En aquel momento el cargo era motivo de disputas entre las familias de la nobleza romana, y los condes iban ganando en aquel momento para desesperación del Emperador. Otón II había intentado acabar con esta situación colocando a sus propios candidatos alemanes, sin éxito, claro, porque para gobernar seguían necesitando el apoyo de las diferentes facciones.

Los rivales de los de Tusculum depusieron a Benedicto IX, y en su lugar colocaron a Silvestre III. Pero Silvestre no tenía demasiados apoyos, así que Benedicto IX recuperó el trono; aún así no se le escapaba que su posición no era demasiado firme, así que hizo un buen negocio: abdicar a cambio de una cuantiosa indemnización.

Su sucesor fue Gregorio VI. Como su ascenso fue como poco sospechoso, el Emperador Enrique III aprovechó para intervenir y acabar con el espectáculo. Fue acusado de simonía (compra de dignidades eclesiásticas) y depuesto. En el mismo sínodo se depuso a Silvestre III (otra vez) y al propio Benedicto IX (que ya hemos visto que había renunciado, pero por si acaso).

Después llegó Clemente II (1046—1047) un papa alemán del gusto del Emperador que falleció al poco tiempo... y entonces ¡Benedicto IX decidió regresar por segunda vez! Ocho meses después renunciaba y se marchaba a un monasterio de retiro.

A esta época turbulenta la siguió el pontificado de Gregorio VII (1073—1085): famoso por impulsar la reforma que lleva su nombre y que convirtió a la Iglesia en una monarquía supranacional efectiva.

Geoffrey Barraclough dice en el clásico El Papado en la Edad Media [1] que muchas veces se tiene una visión teleológica de la historia de la Iglesia medieval; la de una institución que camina a lo largo de los siglos hacia la centralización y el reforzamiento del poder del Papado. Y no es así, como cualquier institución, en su seno convivían intereses y posturas diferentes. El caso de Benedicto IX revela un gran descontrol en el seno de la Iglesia, que sólo fue compensado con una figura enérgica y reformadora como la de Gregorio VII.

Celestino V (1294) era la antítesis de Benedicto IX, y sin embargo puede sacarse una lectura parecida. Eremita, con fama de santo ya en vida, y canonizado en 1313, fue elegido en un momento en el que la Iglesia bajomedieval se encontraba en otro momento de crisis, detrás de una serie de papas con perfil muy «político». En este caso los cardenales eligieron a un santo varón dispuesto a dejar a un lado la política y de paso llevara a la Iglesia de vuelta a la pobreza y la pureza... y se pasaron. El pobre ermitaño se dio cuenta de que no tenía los conocimientos ni el talento necesario para lidiar con la parte burocrática del cargo y se convirtió en el primer Papa en renunciar de forma voluntaria. Sus vicisitudes no acabaron ahí, sin embargo.

El caso de Gregorio XII (1406—1417) fue diferente. Fue elegido con el compromiso de renuncia, si los cardenales se ponían de acuerdo para elegir a un único Papa: en aquel momento había dos; él y el «Papa Luna» Benedicto XIII. El 25 de marzo de 1409, se celebraba el Concilio de Pisa, al que fueron invitados ambos Pontífices, sin asistir ninguno. El Concilio depuso a ambos y un mes después nombraba a Alejandro V. En ese momento había tres Pontífices: Gregorio XII (Roma), Benedicto XIII (Aviñón) y Alejandro V (Pisa). 

En 1410 Alejandro V moría y le sucedía Juan XXIII. De nuevo intervino el Emperador que le convenció para que convocara un Concilio de Constanza. En él, Juan XXIII fue obligado a abdicar, Gregorio XII, lo hizo «voluntariamente» y reconoció la validez del concilio y Benedicto XIII, que se negó a abdicar, fue depuesto. Tras un interregno de dos años, el 26 de julio de 1417; se eligió un nuevo papa, Martín V, que fue reconocido por todos y dio fin al gran Cisma de Occidente.

[1] Barraclough, G. El Papado en la Edad Media, 2012, Universidad de Granada.

2 comentarios:

Malapata dijo...

El papado medieval, entre la pornocracia y el cisma, da bastante juego. Y los papas del renacimiento son para darles de comer aparte. Apunto la referencia de Barraclough, la verdad es que tengo ganas de ahondar más en el tema. A ver si veo por ahí más entradas sobre ellos (guiño, codazo, guiño).

Ah, y gracias por la cita :)

Anselmo F. Alonso dijo...

Gracias a ti. Me sirvió de inspiración para terminar la entrada y aligerar la parte de Celestino V.

Aparte de seguir explotando a Barraclough, a lo mejor me animo con algo sobre los Borgia, a pesar de lo trillados, o precisamente por eso.

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