22 sept 2011

¡Aquí hay una basura suculenta!

Pues resulta que el otro día estaba leyendo este post cuando descubrí que Terry Jones era historiador. No sólo eso, sino que además tenía una serie para la BBC y un libro donde se dedicaba a desmontar mitos sobre la Edad Media. Eso podría resultar sorprendente viniendo del que fuera codirector de Monty Python and the Holy Grail (o Los caballeros de la Mesa Cuadrada), pero no lo es tanto. Y es que esa película, más que una parodia de la Edad Media, es un genial compendio de la imagen de la Edad Media en la cultura popular.


Vamos a detenernos en uno de los aspectos reflejados en el flin y que hasta ahora no había aparecido por el blog: los campesinos.




Seres escrofulosos de cara tiznada revolcándose entre montañas de porquería con dudosa finalidad. Palurdos aporreando una charca a la caza de algún pececillo sin demasiado éxito. Yo pienso que esto hace referencia a una de las imágenes más firmemente arraigadas sobre el campesino medieval: la dureza de su vida. En el imaginario colectivo, además de la opresión de las clases superiores, el hambre y la dureza de las condiciones de vida del campesinado suelen ir asociadas la pobreza técnica, una extremada inadecuación de las herramientas con las que el hombre se enfrentaba a la naturaleza.
El caso es que la vida del campesino medieval ERA bastante dura y abnegada (ello no quita para que siempre hubiera campesinos más espabilados que llegaban a acumular riqueza, del mismo modo que había miembros de la baja nobleza con apuros económicos, aunque no fuera la norma). Pero por otras causas.

La vida del hombre desde que decidió dejar la caza y la recolección y dedicarse a arrancarle cosas a la tierra nunca fue un camino de rosas. La Edad Media no cambió demasiado esto, pero sí algo: aunque fuera una época escasa en innovaciones técnicas, haberlas, haylas. Y fueron importantes aunque no espectaculares:
la implantación del arado de ruedas y vertedera, un nuevo collar para el tiro de las bestias de trabajo que cansaba mucho menos al animal, el sistema de herraduras... fueron pequeñas innovaciones, que sin ser espectaculares ni ocupar grandes páginas en la historia de la técnica, se difundieron rápidamente y contribuyeron a hacer más llevadero el día a día de miles de personas. En general, el campesino medieval estaba mejor dotado para la labor que sus antepasados grecolatinos.

Aunque es cierto, que estas innovaciones seguían siendo mediocres para determinados suelos, como los de la Europa nórdica.

Precisamente, y aunque estos inventos fueran de gran utilidad práctica, no fueron los responsables del aumento espectacular de los rendimientos habidos con el sistema feudal. El aumento de la producción y la duplicación de la población europea entre el siglo X y el XIV tuvieron más que ver con una extensión de las tierras cultivadas, impulsado, precisamente, por el sistema feudal. Tierras ganadas normalmente a base de calveros en los bosques.

Y sin embargo, a pesar del aumento espectacular de la población, el hambre siempre inspiró pavor en la Edad Media: y con razón, con cierta frecuencia podía producirse una hambruna.
¿Por qué?
Para explicar esto, lo mejor es recurrir a una comparativa; el Imperio Romano también conoció las hambrunas, pero había una diferencia fundamental: con el Imperio, un poder político más o menos estable amparaba una auténtica comunidad económica y cultural, que favorecía la existencia de buenos canales de comunicación; en caso de necesidad era factible importar grandes cantidades de alimento desde regiones más favorecidas y a un coste razonable. Y los que hemos jugado al Civilization II sabemos la importancia de una caravana de alimentos en un momento dado.


Frente a eso, el mundo medieval está tremendamente fragmentado, cada rey y cada señor territorial cobra peaje en los puntos de paso obligado, y desde luego, nadie se ocupa de velar por el estado de los caminos; no es que no hubiera intercambios, pero el único comercio rentable era el de productos de poco volumen y alto precio: bienes de lujo.

En realidad, un año de malas cosechas era perfectamente asumible, pero dos años malos seguidos eran garantía de hambre, y ocurría con cierta frecuencia.

Como ya hemos visto, las mejoras técnicas facilitaron la tarea agrícola, la producción aumentó porque se pusieron en uso nuevas superficies, pero no aumentaron demasiado los rendimientos por tierra cultivada, así que la productividad de cada semilla plantada no era demasiado alta.

A esto hay que añadir la influencia de la mentalidad, el mismo sistema feudal que por un lado estimuló el crecimiento de la economía, por otro lado, le imponía un límite al crecimiento: el ideal feudal era el de la autosuficiencia; el campesino tiene una parcela con la que debe mantener a su familia, el señor, un feudo que le permita vivir sin descender de categoría (pero tampoco sin elevarse, lo que sería soberbia). La obsesión por ser autónomo llevaba a cultivar especies vegetales en climas y suelos del todo inadecuados para tener de todo, pero con frecuencia el resultado era que se obtenían malos rendimientos.

Sería fácil echar a esta mentalidad ciertamente conservadora la culpa de todo, pero tenía una razón de ser, en parte era un recurso adaptativo al mundo fragmentado resultante de la era de las invasiones.

Resumiendo:

En la Edad Media hubo inventos, sencillos, pero de agradecer. No eran tontos, ni se revolcaban tristemente en la tierra... la situación económica tenía más que ver con una cuestión de mentalidades, y sobre todo, era un reflejo de la situación sociopolítica.

En el próximo post continúo con la economía campesina y las hambrunas, con una biografía: traeremos a un personaje de la época muy interesante y lúcido, que por desgracia no, no es demasiado conocido.


Para saber más:

Duby, G., Guerreros y campesinos: desarrollo inicial de la economía europea 500 - 1200.


Le Goff, J., La civilización del Occidente medieval.
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